Es una Maratón
La democracia en Guatemala, además de maratón, es una carrera de obstaculos. Seguiremos corriendo hasta el final y resistiremos.

Se había terminado la transmisión en vivo y todavía retumbaban en mi cabeza las palabras del Juez Fredy Orellana.
…”se dicta auto de procesamiento en contra de don José Rubén Zamora Marroquín por la posible comisión de los delitos de tráfico de influencias, chantaje y de lavado de dinero u otros activos, quedando vinculado a proceso a partir de este momento”.
Estaba en el parqueo de la Torre de Tribunales. A unos metros de mi podía ver a mi tío Gonzalo dar una entrevista. Unos reporteros se acercaron a mi para hacerme preguntas sobre lo sucedido. Les digo que no sé qué pensar y que tengo que hablar con los abogados para entender qué es lo que viene.
Me alejo de ellos. Gonzalo me está esperando. Me da unas palmadas de ánimo en la espalda y mientras caminamos le digo:
“Vamos a estar bien Gonchi, hemos pasado por peores cosas”.
Gonzalo me para en seco, pone su mano en mi hombro y dice:
“No Ramón, esto nunca lo han vivido. Esto es una maratón y tienen que prepararse para lo que viene”.
Los demonios de visita en casa
Tenía 12 años y estaba de vacaciones del colegio. Como siempre lo hacía, había bajado de mi cuarto al levantarme y había entrado al cuarto de mis papás para ver las noticias con mi papá. Yo me sentaba en un sillón al lado de su cama. Mientras mi papá leía de inicio a fin los periódicos que llegaban a la casa, yo miraba las noticias en la televisión. Ese día mi papá me había prometido que veríamos una película juntos.
De repente, mis hermanos, mi mamá y dos trabajadoras de la casa estaban dentro del cuarto de mis papás. Mi hermano y mi papá se encontraban en el umbral de la puerta deteniendo el ingreso de unas personas que gritaban que estaban haciendo un allanamiento. Jose les pedía las órdenes de juez, pero mi papá le decía que no peleara, que no era ese tipo de “allanamiento”. En cuestión de minutos, todos estábamos en el suelo, habían cerrado la cortina y estábamos en penumbra. Todos habían quedado acostados boca abajo frente a la cama, atados de pies y manos. Yo estaba separado de mi familia y pensé que no me habían visto al entrar porque estaba pegado a la pared. Me ubiqué al lado de la cama y traté de pasar desapercibido.
Mis hermanos me dicen que el allanamiento duró alrededor de cuatro horas. En mi mente fueron 15 minutos y solo recuerdo momentos muy específicos de lo sucedido. Recuerdo cuando me encontraron al costado de la cama y me patearon. Recuerdo haber gritado, no por el dolor, sino por el miedo de lo que podía suceder. Recuerdo ver a mi hermano Jose y a Petronila levantarse del suelo y gritar al unísono:
¡A él no lo toquen!
A Petronila la empujaron al suelo. A mi hermano le pegaron en la cara con la culata de una pistola y lo volvieron a tirar al suelo. Recuerdo que me tomaron del pelo y me tiraron en frente de mi papá. Él estaba hincado. Lo tenían desnudo y con una escopeta en la cabeza. Uno de los miembros del grupo para militar se me acercó y me dijo que viera a mi padre. Luego nos dijo:
“Tu papá ha estado molestando a personas con poder. Si promete dejar de estar chingando, todos saldrán con vida de aquí”.

Recuerdo que minutos después simularon la ejecución de mi papá frente a todos. Mi papá les pidió que hicieran lo que tuvieran que hacer, pero que no lo hicieran frente a su familia. Lo sacaron del cuarto por unos minutos y luego regresaron con él. Al regresar anunciaron que se irían y que mi papá debía prometer no decir nada de lo sucedido. Para asegurarse de ello, discutieron la posibilidad de llevarse a mi mamá o llevarme a mí como garantía. Al final nos dejaron en el suelo. Por varios minutos nadie habló ni se movió. Finalmente mi papá se levantó y salió del cuarto. Nos indicó que ya no había nadie en la casa.
Como lo ha hecho en cada caso de intimidación y después de cada uno de los atentados que hemos vivido, mi papá denunció lo sucedido. El resto del día llegaron alrededor de 300 personas entre funcionarios públicos, representantes de la comunidad internacional, familiares y amigos. También llegó el Ministerio Público (MP) para buscar evidencia. Mi mamá y yo insistimos que uno de los agentes del MP había participado en el allanamiento, nadie nos creyó. Años después, se descubrió que efectivamente este agente había participado en el allanamiento ilegal y había regresado para destruir la evidencia.
Una semana después, luego de varios otros incidentes, mi papá decide que es necesario que salgamos al exilio. Mi mamá, mis hermanos y yo salimos del país, sin saber a dónde iríamos, ni por cuánto tiempo estaríamos separados de mi papá. Eso fue el 2 de julio de 2003. 20 años después, miro como activistas, operadores de justicia y periodistas deben tomar esta misma decisión para proteger su integridad física.
En el 2004 mi mamá y yo regresamos a Guatemala. Mis hermanos mayores decidieron hacer su vida afuera del país.
¡Feliz cumpleaños!
Era agosto de 2008. Estaba cursando mi último semestre en el colegio. Durante esos últimos meses de clases estaba más enfocado en participar en las celebraciones de despedida que en los estudios. Ese jueves, 19 de agosto de 2008, nos juntamos en la casa de uno de mis amigos del colegio. Alrededor de las 4 p.m. me despedí de mi papá, le deseé feliz cumpleaños y mucha suerte en una reunión de ventas a la que iría esa noche. Cuando regresé, no vi su carro. Al día siguiente al levantarme, mi mamá me contó que mi papá nunca llegó. Le avisamos a los amigos más cercanos de mi papá y nos dijeron que se había despedido a medianoche después de celebrar con ellos su cumpleaños. Nos dijeron que siguiéramos con nuestro día y que ellos se encargarían de encontrar a mi papá. A las 11 de la mañana me llamaron de la dirección del colegio y me indicaron que tenía autorización para salir temprano porque me estaban esperando en mi casa. Al llegar, me esperaban Mario Fuentes Destarac y Juan Luis Font. Mi mamá estaba con ellos en la sala de la casa. Mario me dio la noticia de que encontraron el carro de mi papá en zona 10 con las puertas abiertas. Las personas del restaurante en el que estaba habían confirmado que mi papá había salido del restaurante y que había partido. Juan Luis nos dijo que teníamos que prepararnos para el peor escenario. Se despidieron y nos pidieron que no contestáramos ninguna llamada.
Petronila, quien ha trabajado con mi mamá en el cuidado de la casa desde que tengo memoria, decidió llamar al celular de mi papá. Después del tercer intento contestaron y la persona del otro lado de la línea le dijo que mi papá ya estaba muerto, que su cuerpo estaba en el basurero central de la ciudad de Guatemala y que nunca lo encontraríamos.
Me negué a aceptar que mi papá estaba muerto.
De repente sonó el teléfono del cuarto de mis papás. Nos pareció muy raro, ya que ese teléfono lo tenían muy pocas personas. Mi mamá contestó y del otro lado una persona le dijo que llevaban a una persona que no lograban identificar, pero que decía ser su pariente, en una ambulancia hacía un sanatorio de la zona 1 y colgó el teléfono. Les avisamos de nuevo a los amigos más cercanos de mi papá, quiénes nos dijeron que ellos irían a revisar y que por favor nos quedáramos en casa.
Un par de horas más tarde, mi mamá y yo esperábamos en frente de la entrada del Hospital Esperanza. Vimos llegar la ambulancia y por unos segundos vi a mi papá y le pude dar la mano.
Mi papá había sido secuestrado por miembros especializados de la Secretaría de Asuntos Administrativos y de Seguridad de la Presidencia de la República (SAAS) y luego entregado a una banda de secuestradores, quienes le inyectaron una fuerte dosis de barbitúricos con el fin de causarle la muerte. Tiraron su cuerpo en El Tejar, a unos 50 kilómetros de la ciudad de Guatemala y lo dieron por muerto. Gracias a una señora y a los bomberos voluntarios de la zona, mi papá llegó a un centro de salud. Pensando que estaba muerto, se prepararon para realizar la autopsia porque no tenía signos vitales (luego se supo que sus signos vitales eran casi imposibles de detectar porque tenía hipotermia). Como parte de la necropsia, y con el fin de sacar todos los fluidos de su cuerpo, le introdujeron una sonda por la uretra. Fue en ese momento que mi papá frunció el ceño y los doctores se dieron cuenta que estaba vivo.
El resto del año fue complicado. Esta vez, decidimos que nadie se iría del país. Mi padre denuncio lo sucedido y lo vinculó con una publicación realizada por elPeriódico sobre Carlos Quintanilla y sus vínculos con actores corruptos del país desde los años 80.

Estudios en el extranjero
En el 2013 cursaba mi tercer año de Antropología y Sociología en la Universidad del Valle de Guatemala (UVG). Había encontrado una carrera que me abrió las puertas a realizar investigación aplicada en el país. Ya habían pasado casi cinco años desde el secuestro de mi papá y 10 años desde el allanamiento a la casa de zona 12. Me había permitido pensar que eran sucesos del pasado y que ya no volveríamos a vivir algo similar.
Siempre insistí en querer estudiar en Guatemala. Pensaba que, para poder hacer cambios en el país, tenía que formarme dentro del mismo. Mi papá siempre me insistió que debía salir, que se sentiría más tranquilo si yo no estuviera en Guatemala. A pesar de nuestros desacuerdos en el tema, siempre me apoyó con mis decisiones.
Fue hasta abril del 2013 que cambié de opinión.
En ese entonces había un equipo de la SAAS asignado a cuidarnos debido a medidas cautelares que fueron otorgadas a la familia por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos. El equipo de la SAAS solía recogerme alrededor de las 9:30 pm en la garita 8 de la UVG para llevarme de regreso a zona 12.
Una de esas noches nos encontramos con una séptima avenida de la zona 12, en el barrio la Reformita, vacía. Algo fuera de lo común, ya que es una avenida muy transitada a todas a horas. El equipo de la SAAS también percibió esto y noté como tomaron posiciones defensivas dentro del vehículo en el que íbamos. El piloto empezó a manejar más rápido. Al pasar uno de los semáforos, dos personas bloquearon el camino. El líder del equipo me pidió que bajará la cabeza y el piloto empezó a retroceder. Unos minutos después, sentí luces muy fuertes entrar por las ventanas, por los dos lados de la calle, y escuchar los motores de otros dos vehículos muy cerca del nuestro.
Lo siguiente que siento es el coletazo que da el pick-up al momento que el piloto pisa el acelerador a fondo y el carro sale disparado hacía delante. Veo cuando una de las personas se tira al costado del carro, pero el equipo de la SAAS no para. Les pregunto que qué está pasando. El líder me voltea a ver y me dice:
“Nuestra misión es llevarlo seguro a su casa y eso vamos a hacer”.
Minutos después me encuentro dentro de mi casa y el equipo de la SAAS le informa a mi papá que creen que lo más probable es que haya sido un intento de secuestro.
Por esas fechas elPeriódico había publicado la investigación “Un cuento de hadas sin final feliz”, una historia con los detalles de las compras de Baldetti, que incluían casas por montos multimillonarios y otros artículos de lujo con una riqueza inexplicable. Baldetti poseía cinco propiedades, un helicóptero y un jet valorados en más de 13 millones de dólares.

Después de hablar con mis papás decidimos que lo mejor era que pasará una temporada fuera del país. A través de la universidad logré conseguir una beca de intercambio y pude asistir un semestre a un programa de herramientas digitales para digitalizar patrimonio cultural. Vivi por cinco meses en Canadá. Mientras estuve en Canadá, busqué formas de extender mi estadía en el norte. Desde la distancia escuchaba las presiones que estaba recibiendo elPeriódico y las amenazas constantes que recibía mi papá durante el gobierno del Partido Patriota.
Para mi familia, que yo regresara a Guatemala no era una opción. Logré entrar a una maestría en Comunicación, Cultura y Tecnología en una universidad en Washington, D.C. Luego de terminar el programa en Canadá, regresé a Guatemala un mes para arreglar mi papelería para la visa de estudiante. Durante ese mes, volvieron a ocurrir incidentes. Una noche rodearon la casa agentes de la SAAS, quienes llegaron a informar que habían órdenes para retirar al equipo de seguridad que nos cuidaba. Que ahora la Policía Nacional Civil (PNC) se haría cargo de nuestra seguridad. Nos despedimos del equipo que nos cuidaba y mi papá rechazo la seguridad de la PNC. Les indicó que se sentía más seguro solo.
Volví a salir del país, esta vez para iniciar mi maestría. No regresaría hasta a finales del 2016 a Guatemala, con mucho anímo, pensando que luego de los movimientos sociales de 2015, los ataques contra elPeriódico y mi familia desistirían.
No fue así.
Un año de resistencia
Hoy, 9 de agosto del 2023, se cumple un año desde que el juez Fredy Orellana ligó a mi papá a proceso iniciando un juicio en el que se han violado todos sus derechos. En este proceso vivimos el doble cierre (el impreso y el digital) de elPeriódico. Hemos enfrentado cuatro casos inventados por el Ministerio Público bajo la dirección del régimen Giammattei-Martínez. Volvimos a vivenciar el exilio de familia, compañeros y amigos.
Gonzalo tenía razón, es una maratón. La democracia en Guatemala, además de maratón, es una carrera de obstaculos. Seguiremos corriendo hasta el final y resistiremos.